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El paraguas de lluvia

  El paraguas de lluvia           No hace mucho que Simone se instaló en el pueblo. Al principio pensamos que solamente vendría de visita y que se quedaría unos días en casa de su tía. Y menos mal que al final se quedó a vivir entre nosotros, porque gracias a ella somos más felices de lo que podríamos imaginar. Espera y te lo explico. A ver como empiezo…             Simone llegó un día de mayo, diría que a finales del mes, creo que sí. Era una muchacha delgaducha, enjuta como antes se solía decir, más alta de lo habitual, con el pelo rojo zanahoria recogido en dos trenzas y con la piel muy blanca, se la veía a kilómetros y se notaba que no era de estas tierras. Se protegía del sol con un sombrero de paja y, a veces, con una sombrilla pequeña con rayas, igual que las de las playas, pero del tamaño de un paraguas. El azul de sus ojos lo protegía con sus gafas de sol, las cuales tenían forma de dos soles, uno por cada cristal. Llegó con su mochila a la espalda, pantalón corto, botas
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Maxoú, el niño luna

  Maxoú, el niño luna                         — ¿Papá, por qué aúllan tanto los lobos? —preguntó Maxoú a su padre desde la cama.             — No son lobos, mi niño. Aquí ya no hay lobos desde hace muchísimos años — su padre le explicó—. Son los perros que le hablan a la luna.             — ¿Que le hablan a la luna? —preguntó Maxoú asombrado y un poco incrédulo—. Pues más que hablar parece que le gritan, anda que no hacen ruido. ¿Y por qué le hablan a la luna? —preguntó ya curioso.             — Pues mira, le hablan a la luna pidiéndole, con sus aullidos, que si puede hacer el favor de bajar hasta donde la luna se encuentra con aquellos riscos —dijo su padre señalando por la ventana— y así poder hablar con aquellos que se fueron al cielo de los perros. Es por eso que cuando aúllan, más que hablar parecen que gritan, porque la luna está muy lejos.             — ¿Como la abuela cuando habla conmigo por el teléfono? —preguntó otra vez Maxoú—. Anda que no grita ná.